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Cocaína rosa, gomitas con marihuana y mucho alcohol: cómo trabaja el único hospital porteño con tratamiento integral de adicciones.

Cocaína rosa, gomitas con marihuana y mucho alcohol: cómo trabaja el único hospital porteño con tratamiento integral de adicciones. - La Nación

Publicado: 3 de Octubre, 2023.
Fuente: La Nación


“También recibimos consultas por consumo de tusi o cocaína rosa (N. de la R.: droga sintética basada en la composición química del LSD, sobre la cual se agregan distintas proporciones de ketamina, éxtasis y alucinógenos)”, acota Damin. Entre los mayores de 40, aseguran que están viendo con mucha frecuencia el consumo de gomitas con marihuana.

El equipo también atiende adolescentes cuando están cerca de los 18 años. Explican que la mayoría de los chicos que cuentan con una contención familiar, llegan por consumos relacionados con el alcohol y la marihuana. “Hace un tiempo, recibimos a un grupo de chicos de entre 15 y 18 años que habían mezclado los cogollos de marihuana con alcohol, lo que comúnmente se conoce como leche de marihuana, y lo habían tomado. Tenían palpitaciones y las pupilas dilatadas”, ejemplifica Montenegro. Cuando se trata de chicos y adolescentes en situación de calle, explica que los cuadros de consumo incluyen otras sustancias, como la cocaína.

“Los pacientes pueden permanecer internados hasta un mes; luego son derivados o dados de alta”

Padres completamente aturdidos

Damin explica que muchos de los chicos llegan sin ningún tipo de contención familiar. Cuando, en cambio, se acercan acompañados, el personal que los atiende ve diferentes tipos de situaciones. “Vemos a padres completamente aturdidos porque acaban de descubrir que su hijo consume marihuana y también padres desorientados porque saben que su hijo consume y no saben qué hacer. Siempre les sugerimos que hagan un tratamiento familiar”, puntualiza.

A veces, las consultas no llegan directo al servicio sino a través de otras áreas del hospital. “Tenemos interacción con las demás áreas del hospital, que nos convocan cuando ven alguna situación que lo amerita”, explica Damin. Por ejemplo, los convocan cuando los servicios de Obstetricia y de Neonatología detectan o sospechan que alguna mamá podría estar en consumo y necesitan descartar si la sustancia (pasta base, cocaína, pastillas, alcohol) pasó al bebé a través de la placenta.

“Si los médicos ven a un bebito con muy bajo peso al nacer y que está irritable, nos piden que intervengamos porque es probable que esté presentando un síndrome de abstinencia. En esos casos, nos acercamos a la mamá y tratamos de generar un lazo de confianza con ella para tratarla. Durante la estancia en Neo del bebé, le hacemos los estudios pertinentes. La lactancia, en esos casos, está contraindicada”, agrega.

Internaciones de hasta un mes

El Fernández tiene un área específica de Toxicología desde 1984. Cuenta con internación para pacientes adictos desde 2010. Por estos días, el servicio está de estreno: el dispositivo de internaciones funciona en un sector recién inaugurado, que está ubicado en el segundo piso del hospital y al que, para ingresar, hay que anunciarse con un empleado de una empresa de seguridad.

Las habitaciones –algunas individuales y otras compartidas, todas con baño– son vidriadas y confluyen en un pasillo central que da a un balcón espacioso, cuya puerta de acceso está cerrada con candado. La nueva ubicación permitió aumentar la capacidad: pasaron de tener ocho camas a 10. “Al ser un hospital de agudos, las internaciones son breves y hay rotación. Pero cuando en alguna oportunidad la demanda nos superó, dejamos a la persona internada en la guardia, supervisada por nuestros toxicólogos, o en algún otro sector”, explica Damin.

Las mujeres están sobre el ala derecha. Con la mujer de guardia, habrá tres internadas. Analía Cortez, médica a cargo del sector, cuenta que los pacientes se internan solos o con acompañante terapéutico en caso de requerirlo. Hay horarios de visita. “Por lo general, viene poca gente a verlos. No hay que olvidar que la adicción es una enfermedad que, muchas veces, lesiona vínculos familiares o afectivos”, explica.

El ala izquierda está destinada a los varones: en estos momentos hay cuatro internados. Uno de ellos, de manera involuntaria, por lo que en el pasillo hay un efectivo de la Policía de la Ciudad custodiando que no se vaya. “Somos un equipo interdisciplinario compuesto por 57 personas, contando al personal de enfermería. Tenemos psiquiatras, psicólogos, toxicólogos, farmacólogos y trabajadores sociales. Así que, cuando consideramos que una persona es peligrosa para sí misma o para terceros, pedimos su internación ante la Justicia”, explica Damin, haciendo parecer sencillo un trámite que desvela a muchas familias en nuestro país.

Según el artículo 20 de la Ley de Salud Mental, sólo se habilita la internación involuntaria de un paciente cuando exista “riesgo cierto e inminente” para sí mismo o para un tercero y esto esté certificado por dos profesionales de la salud. Pero, según denuncian numerosas organizaciones de madres, la falta de especialistas dispuestos a dar esa certificación, se vuelve un obstáculo infranqueable para muchas familias que ven inviable un tratamiento ambulatorio para sus hijos pero no pueden internarlos.

Por tratarse de un hospital general de agudos, en el Fernández las internaciones son breves. Oscilan entre dos semanas y un mes. “No esperamos que, después de ese tiempo, la persona se cure –aclara Cortez–. De aquí sale a continuar su tratamiento de manera ambulatoria o a continuar su internación en una comunidad terapéutica”. Cuando la persona no cuenta con recursos para ir a una institución privada, el hospital articula con la Sedronar o con el Ministerio de Desarrollo Social. “Siempre conseguimos un espacio”, asegura Damin.

“¿No te das cuenta de que me quiero morir?”

En el pasillo está Romina. Espera a Alan, su hijo de 23 años, al que están por darle el alta. Cuenta que, durante la pandemia, su hijo pasó de ser un tomador social a tomar sin límites. “Arrancaba el lunes lleno de proyectos: ‘Me voy a anotar en el gimnasio, me voy a conseguir un trabajo’, me prometía. Pero llegaba el viernes y se perdía con el alcohol. ‘¿No te das cuenta de que me quiero morir?’, me decía. Llegó a tomar alcohol etílico puro”, relata.

Hace algo más de un año, Alan empezó con problemas estomacales y vómitos. La imposibilidad de consumir por este cuadro estomacal le provocó una crisis de abstinencia que lo descompensó. “Nos rebotaron de varios hospitales, subestimando su cuadro porque era alcohólico”, cuenta esta mujer de 40 años, que trabaja como empleada y tiene un emprendimiento de reparto de paquetes junto a su marido. Hace dos semanas, había llegado al Fernández junto a su hijo después de haber pasado por otros dos hospitales porteños.

“Fueron 15 días de poder dormir por las noches, por primera vez en mucho tiempo. Cada vez que sale no dormís, temiendo lo peor siempre”, se emociona Romina, quien vino a ver a su hijo todos los días durante la internación. Dice que fue la única de toda la familia. “El resto, le perdió la fe. Pero yo no”, agrega llorando. Alan se va de alta para continuar su tratamiento de manera ambulatoria.

Cuando un paciente es dado de alta para continuar su tratamiento en los consultorios externos o en una comunidad terapéutica, se lleva dos palabras: “Vení siempre”. “No somos expulsivos. El paciente sabe que, si lo necesita, puede recurrir a nosotros en cualquier momento. Las personas adictas son pacientes complejos que requieren contención, dedicación y otro tipo de estrategias. Pero enseguida aparecen frases del tipo: ‘No se deja ayudar’. Se pierde de vista que es una enfermedad”, reflexiona Damin.

Entonces cuenta el caso de uno de sus primeros pacientes del hospital. “Llegó a los 26 años con un cuadro de alcoholismo grave. En todos estos años tuvo períodos limpios y también momentos en los que se hizo adicto a otras sustancias, como cocaína o medicamentos. Hoy lleva 3 o 4 años sin consumo”, dice.

“Nuestro objetivo es que la persona deje de consumir –continúa–. Pero si no lo logra, la acompañamos para que no se vuelva peligrosa para sí misma o para su entorno”, explica. Entonces vuelve a su paciente y cuenta que el hombre pudo terminar la secundaria, fue a la facultad y se recibió de abogado. Y hoy trabaja en un estudio jurídico de primer nivel. “No lo curamos, es cierto. Pero lo sostuvimos para que pudiera convivir con lo que le pasaba sin dañarse. Eso también vale”.

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